Ahora parado aquí a unos metros
de él, me pongo a pensar en todo lo que nos sucedió cuando estábamos juntos, todas
las peleas, los viajes, las reuniones a escondidas los primeros meses, los
encuentros descubiertos a la ciudad casi
al final, y el sexo.
Inclusive miro todo como si de
algo tonto se tratase, ya no le doy toda la importancia de antes, lo miro todo
tan simple que hasta me sorprendo de cómo reaccione cuando se sucedían los
hechos en la relación. Lo único que no me parece tonto es el no dejarlo de
desear, el no dejar de tener sueños húmedos en los cuales él me toca, me toca,
y no deja de tocarme hasta que acabo con gritos exagerados de éxtasis; él me
mira, yo lo miro y ya no recuerdo nada. Dicen que de todos los sueños que
tenemos en una noche, recuerdas casi el diez por ciento de uno, cuántas veces
he deseado saber lo demás que sucede cuando sueño con él, será que nos besamos,
será que nos golpeamos y terminamos él tocándome y yo mirándolo, será que no
sólo me toca sino que también tenemos relaciones; nunca lo sabré; y aunque esa
duda me pone un poco triste durante el día, no pasa nada de tiempo y se me olvida,
pues ese deseo que me hace soñar con él, se sacia con el simple hecho de verlo
tocándome, de sentirlo mirándome.
-…mira, y el puto tiene la
desfachatez de presentarse aquí… - escucho decir a dos señoras que me miran de
reojo - … que esas personas de hoy en día no tienen sangre en la cara….-; y me
quedo mirándolas pensando en que a pesar
de que me jodan sus conversaciones y no me importe lo que digan de mí, tienen
razón, no sé porqué mierda acepté venir.
Y aunque es verdad que su llamada
me tomó de improviso, el aceptar venir tiene algo de intención, desde que nos
separamos, hace menos de un año, me aislé de todo y todos para supuestamente
“encontrarme”, a lo cual mis padres, y mi madre especialmente, les agrado pues
pensaron que ese encontrarme era como el primer paso de sanación de la sucia
enfermedad que aflijo, según ellos, mi homosexualidad. Y digo supuestamente
porque el aislamiento no fue parte de la búsqueda de quien soy, sino que fue el
punto más alto en mi camino de aceptación, más no el pico del camino; ahora, no
como en toda mi vida, me acepto realmente por quién soy.
Yo me descubrí homosexual, desde
que era pequeño, cuando estábamos en el colegio, cuando yo me juntaba con las
niñas y conversábamos sobre chicos, a ellas al principio esas conversaciones no
les parecieron raras, a mí tampoco, y sólo cuando en tercero de secundaria el
imbécil de Julio Martinez me grito maricón de mierda, me di cuenta de que lo
era, de que siempre lo fui y de que hace mucho tiempo yo era el único que lo
pasaba por alto. Recuerdo que ese día me sentí la persona más sola del mundo, nadie dijo nada
para defenderme (aunque no había nada que negar), nadie mando a callar a mi
delator, nadie dijo nada, a nadie le importo; salí del aula entre miradas
vacías, y fui al baño más cerca, y allí me quede hasta el atardecer, que le
envié un mensaje a un amigo de un grado mayor a que por favor recogiera mis
cosas del salón de clase y me las llevase al baño, le dije que me quería
escapar del cole, que me ayudara.
Estuve todo el día recluido en el
baño, me quedé sentado en la taza sin pensar, sin sentir y sólo desperté de ese
lapso cuando me percaté de que las paredes se tornaban naranjas, y el esperar
que Gonzalo viniera con mis cosas sí se me hizo un martirio, pues me mataba
escuchar a los caños gotear, a la gente pasar, me atormentaba escuchar voces, pasos,
incluso mi respirar me desesperaba, hasta que escuché los pasos entrando al
baño, sentí toda la tensión caer, saber que podía escapar de ese lugar sin que
nadie lo note me daba ansias, y al ver por la rendija inferior de la puerta sus
zapatos negros con los pasadores gastados me incorporé y abrí la puerta del box
en el que estaba, al verlo me dieron ganas de abrazarlo, decirle te quiero,
pero no lo hice; lo miré, tomé la
mochila y antes de decirle algo me volteé
y cerré la puerta, él se quedó parado unos minutos, no dijo nada, se fue
y me dejó. Yo esperé a que se vaya, salí del box y me fui.
Gonzalo era mi amigo desde que
éramos chicos, siempre parábamos juntos al vivir en la misma calle, y nos
veíamos todos los días, yo me quedaba en su casa la temporada que quisiera y él
hacía lo mismo en la mía, nuestros padres nunca nos prohibieron eso, incluso
creo yo al sospechar los míos de que era “distinto”. En el momento en el que lo
ví parado al frente mío y con mi mochila en sus manos, me di cuenta de que
estaba enamorado de él, por eso me dio vergüenza el decirle algo en ese
momento, y decidí bruscamente cerrarle la puerta en la cara.